eso que llaman “vacaciones” (la nada o el vacío productivo)

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juega entre una y dos horas con la idea de levantarse de la cama.
o no.
desconecta los tic tacs, y los rings.
(las campanas de la Catedral no. porque no joden)
siestas anárquicas en cualquier momento del día y de diversa duración.
se deja arrastrar por el ritmo del día y la noche la agarra de sorpresa.
es como la señora burguesa superficial que siempre envidia,
camina sin apuro y con una gigante sonrisa en la cara,
sin que nadie entienda muy bien el motivo.
come sin parar todo el tiempo, a cualquier hora.
o se olvida de comer.
tiene una extensa lista de cosas que “estaría bueno hacer”.
la mira un buen rato. y se queda dormida al sol.
limpia las plantas hoja por hoja, charla va, charla viene.
(lo bueno de charlar con las plantas es que le leen los pensamientos).
hace y deshace. hace y deshace. hace y deshace.
vuelve a hacer. y porque no? vuelve a deshacer.
se da cuenta de que pelotudos y divinos pueden ser sus vecinos.
repite hasta memorizar los nombres de los porteros, del verdulero, del diariero
(y la próxima vez que los cruza les larga un: “holaaaa.. che”)
aumenta la adicción a yoga y a todo movimiento que mime.
se acuerda de respirar hondo 10 veces al día.
lee la información nutricional de cada cosa que ingiere su cuerpo.
escribe pelotudeces sin filtro en una hoja en blanco.
escucha esos cds que no se acordaba que tenía.
escucha…
a los ruidos de la calle como una radio de fondo
a los pajaritos de la mañana contarle los chismes del barrio
a las luces de las 7 de la tarde
al que tiene algo que decir
al que no tiene nada que decir pero igual siempre dice
al silencio de las 3 de la mañana

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se manda. y se obedece.
se escucha. y se hace caso.
y se pierde en el vacío que tanto extrañaba.

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