expresa lo que guardas.

5.4.03

orientes

Un niño de 4 años va a visitar a sus abuelos. A la noche, empieza a llorar:
-Me quiero ir a casa, tengo miedo... está oscuro.
Su abuela le dice:

-Sé bien que en tu casa también duermes a oscuras. Nunca vi una luz prendida. Entonces ¿por qué te asustas aquí?
-Sí, es verdad, pero... esta oscuridad es distinta...
Incluso en la oscuridad hay seguridad. El yo, oscuridad propia, conocida, pero propia: suelo firme, seguridad aparente, ausencia de vacío. Hay infelicidad, pero hay existencia.
Más allá está lo desconocido: miedo, caos.
Es un claro en el bosque, un pedazo de terreno, un cerco, una cabaña. Más allá está el bosque.
Es un claro en la conciencia, creado por universalidades, condicionamientos, culturas, al intentar buscar la comodidad de un lugar seguro.
Más allá del cerco hay existencia, tanto como adentro. El claro es una décima parte de la mente consciente, los 9 décimos restantes aguardan en la oscuridad, junto con el verdadero centro, el centro de la verdad.
Al dar un paso hacia lo desconocido, los límites se pierden. Pero es en las mayores confusiones donde se halla el camino al alma. Conmoción, miedo, terremoto.... hasta llegar al centro oculto, el cargado por muchas vidas, el alma, atman, el propio ser: orden de la existencia misma. Es lo que Buda llama dhamma, Lao Tse llama tao y Heráclito llama logos (sentido), EL PROPIO SER.
La diferencia es la que existe entre una flor de plástico y una de verdad. El yo es una flor de plástico, muerta. Parece una flor, pero no lo es. Una flor es algo que florece. El verdadero centro es floreciente. Es la flor de loto de mil pétalos, sahasrar, que Buda entregó a Mahakashyapa, símbolo del máximo florecimiento, pico más alto del propio ser, representa un proceso de perfección infinito: no hay muerte. <>
En cambio con un yo de plástico hay satisfacción porque al ser algo muerto, nunca muere. Hay permanencia, pero no hay eternidad. La flor verdadera que está en el jardín no permanece, pero es eterna. Hay renacimiento infinito. A través de la muerte se renueva, se rejuvence, hay una muerte aparente, sin embargo sólo es un cambio de forma, de cuerpo (como quién dice que el amor nunca muere, sólo cambia de lugar). Hay una continuidad invisible a los ojos externos. (o como díria Antoine de Saint Euxpery.. lo esencial es invisible a los ojos, o Nietzsche... lo que encontramos, si no está inventado, no nos enteramos).
La continuidad invisible es dios, es lo que los hindúes sostienen como la teoría de la reencarnación. Todos los seres han estado aquí miles de veces antes, en un eterno retorno, en cuerpos y formas diversas, con la misma continuidad, la misma alma, la misma escencia. Lo que no tiene forma se conserva, alcanzando de este modo la eternidad.
La muerte no aparece hasta que surge la vida, la muerte es el modo de volver a nacer. El fin es el comienzo, disfrazado de mentira. L
os fisiólogos saben que el cuerpo muere y se renueva en todo momento, toda célula muere. Al vivir 70 años, el cuerpo habrá muerto completamente al menos 10 veces.
La eternidad es un continuo cambio, siempre cambiante, sin embargo, siempre igual. Moviéndose sin moverse.
El yo otorgado es un centro muerto, de plástico, proveniente de afuera, sin implicar búsqueda alguna, es una vieja costumbre de constante oscuridad. Sin búsqueda de lo desconocido no hay individualidad verdadera, no hay centro verdadero, no hay atman, no hay logos. El yo siempre entra en conflicto con los demás, porque es muy desconfiado consigo mismo, y tiene que serlo: es algo falso. Es por esto que la guerra más intensa y el peor enemigo se hallan siempre dentro de uno. Los límites, las cárceles y prisiones... son propias. Ser libre es un estado de la mente.