expresa lo que guardas.

24.6.07

peso paso piso

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el tema es fácil cuando apoyás primero un pie. espacio. después el otro.
pero si le dás velocidad no podés separar las pisadas.
necesitás una doble consciencia que balancee el apoyo de los pies.
el vaivén de uno al otro. del otro al uno.
y ahi.
simultáneamente el apoyo se siente mas en el espacio ida y vuelta, que en los pies en sí.
como si en el vaivén entre los dos pies se creara un tercer pie imaginario que sirva de canal de sostenimiento del peso intermedio.
entonces no es como piso con cada pie.
sino mas bien como traslado el peso de un pie al otro.
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20.6.07

DOPAMINA

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ESCRIBIR COMO ANTES ESCUPIR VOMITAR FLOTAR EN LA DENSIDAD DE LAS PALABRAS MERAS NO SER LAS PALABRAS NO MEDIRLAS NO BUSCARLAS NO PENSARLAS ENCONTRARLAS CRUZANDO LA CALLE SIN MIRAR EN EL TACHO DE BASURA EN EL MEDIO DE LA FRENTE EN EL BOLSILLO ROTO EN LAS CONTRAINDICACIONES EN EL SILENCIO COMODO EN LAS ESTROFAS REPETIDAS EN EL CAFÉ DORMIDO EN EL DOLOR ANESTESIADO EN LA RISA DESPISTADA EN EL OLOR A NADA EN LA CARICIA GUARDADA EN LA DUDA CONSTANTE EN EL ACIERTO ERRANTE EN EL FRIO INMOVIL EN EL CALOR EFIMERO EN EL CALLATE POR FAVOR!
+EN NO SABER QUE NO SE LO QUE QUIERO SABER, QUE DE HABER SABIDO HUBIERA PODIDO SABER QUE NO SE LO QUE NO SOY CAPAZ DE SABER PORQUE DECIR NO SE DICEN LAS PALABRAS NOS POSEEN EN CIRCULOS ADMINISTRATIVOS DE ENTUSIASMOS APARENTEMENTE VEROSCIMILES O ESO CREE UNO DOS PARECEN SER MAS QUE UNO DOS TRES NADA MAL PERO QUE MIERDA ES UNO DOS TRES SI UNO NO ES UNO
NO UNO NO UNO PORQUE DOS?
HASTA DONDE UNO… HASTA DONDE UNO Y NO MENOS UNO?
COMO SABES QUE ES MAS QUE TRES CUARTOS Y SI HASTA LA MITAD APENAS SOLO?
UNA MITAD AL MENOS ENTERA
HACETE AMIGO UNO
Y EL GUSTO ENTERO

12.6.07

rec de recordar

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“Cuidálo que es de los buenos” le había dicho su hermano al entregarle en herencia aquel grabador de segunda mano. Cecilia apretaba por primera vez el botón “rec” y pasaba los dedos por el visor cubierto de polvo.
Así de fácil, Bruno, como ella lo llamaba, desplazó al oso panda de un lugar junto a su almohada. Los 7 años de ella y los 10 años de él, se hacían arrumacos inocentes en los mejores rincones de la infancia.
La exprimidora de naranja; el informativo de la radio A.M.; los silbidos de su padre en la ducha; el timbre del recreo; las cachadas a los enamorados de turno: todo pasaba y quedaba registrado en Bruno. Y la mensualidad iba menos a golosinas y más a las pilas.
Los cassettes grabados se acumulaban en la repisa con su respectiva fecha, dando puntadas de continuidad a la trama de los días que parecían perdidos, plasmando la verificación de hechos que se disolvían en la transformación del olvido.
Lo mejor era dejar el grabador prendido en algún rincón de la habitación, registrando almuerzos y cenas familiares, o conversaciones íntimas con sus amigas. Llegaba a olvidarse de la existencia de aquel aparato hasta que “záz”: el fin de la cinta hacía saltar el botón, dejando en evidencia al testigo escondido.
Y entonces no quedaba otra que escucharlo: subibajas en los tonos de las charlas, la televisión y la música de fondo, las risas y los retos. Los silencios cómodos y los no tanto. Los silencios como pan de cada día, y los secretos que en voz baja no se entendían.
Era de esperar que un día el “rec” no anduviese, y que no fuera la falta de pilas.
Bruno llegaba a su fin. Después de 15 años de un intenso vivir, el aparato se despedía del registrar, del reproducir, de retroceder y adelantar. Adiós a las cintas enrolladas en pequeñas cajas de plástico, adiós a la inutilidad del botón “stop” que rara vez se apretaba.
Pero Cecilia no hizo caso a las pálidas de su padre y su hermano, que con aires de sabelotodos, trataban de explicarle el concepto de vida útil. Ella cargó a Bruno en su mochila y se dirigió a lo de Alberto, el “mecánico” del barrio que siempre se daba maña para arreglar los casos perdidos. Con alambres y recursos artesanales, pero arreglado al fin.
-“¿Querés?” la recibió Alberto con el paquete de chocolinas. “Ahora te traigo el vaso de leche” le dijo tranquilo.
Sin que Cecilia haya dicho nada, él adivinaba la seriedad del problema en ese rostro pálido de la nena de 12.
Rodeada de televisores y heladeras viejas, Cecilia creyó escuchar el sonido de un piano lejano. Volvió a probar el botón del “rec” pero nada. Ahora la melodía del piano se escuchaba más fuerte y era acompañada por un coro de niños. Alberto estaba tardando mucho.
Dejó a Bruno en la mesa y trató de rastrear los sonidos. Sin caminar mucho, llegó a una puerta entreabierta que la invitó a pasar. Se puso colorada al interrumpir la canción que Lala, la mujer de Alberto, tocaba para los chicos que cantaban muy concentrados.
-“Hola Cecilia. Pasá y unite al grupo” le dijo Lala muy amable.
Alberto repartía chocolinas a los chicos y ella se sintió obligada a entrar.
Saludó a todos menos a Rolo que estaba del otro lado del piano marcando los tiempos al resto del coro. Esas compañeras de curso que tan antipáticas le resultaban, ahora parecían casi ángeles bajo esas voces dulces y entonadas. Casi podía olvidarse de que esa era Vanina, la que le robaba las gomas de borrar; o Sonia, la que le escondía los anteojos; o Ramiro, el que le robaba la silla.
También Bruno se iba de su memoria. Nada se grababa, nada se registraba pero a ella no le importaba. Comenzaba a dejar que las notas se filtrasen en sus oídos. Do re mi fa sol la si. Esa melodía le sonaba mucho, y ella estaba sonada si no cantaba.
Primero copiando a los demás el movimiento de boca, sin emitir sonido, queriendo pasar inadvertida, queriendo unirse al coro. Pero algo la conmovió cuando empezó a cantar. Quizá el mismo sonido de su voz. Aguda, intensa, completamente desafinada, una catarata de sonido le salía de los pulmones por las amígdalas de la garganta abierta.
Los otros la miraron espantados y Lala dejó de tocar. Pero Cecilia siguió cantando hasta el final esa canción que sabía de memoria. Ramiro le tiró del pelo y Sonia se tapó los oídos. Pero nadie logro sacarle la sonrisa.
“Una buena dama sabe cuando retirarse” escuchó decir a su mamá en el fondo de su memoria.
Iba a despedirse cuando Alberto le preguntó:
-“¿Que querías arreglar?”
-“Mmm, nada. Otro día vuelvo” dijo antes de irse aunque nadie la había invitado.
Cantar y cantar hasta transpirar las cuerdas vocales. Duchas, recreos, siestas y atardeceres, Cecilia y su nuevo pasatiempo que no llevaba pilas.
Bruno había sido enterrado como un sweater fuera de moda, y todos esperaban que lo del canto tenga una suerte similar. Pero no.
El último intento fue de su papá, que con la excusa de buenas notas le regaló un nuevo grabador (más para la salud auditiva de la familia que para la felicidad de Cecilia). Pero ella no tardó en llevarlo a lo de Alberto. Esa vez el piano no sonaba. Esa vez el trueque era otro: se intercambió el grabador por un karaoke con micrófono incorporado.
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foto robada de http://www.flickr.com/photos/reira/

9.6.07

ameeeeen

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Lara cerró los ojos poco después de las 4 de la mañana. La despertaron los mensajes en su celular que leyó de reojo y borró.
El tallo de una flor se atascó bajo la puerta de su cuarto cuando trató de abrirla. Al salir, caminó sobre otras 14 rosas desparramadas en el pasillo, cuidando de no pisar espinas. Recibió con paciencia los abrazos eufóricos de sus padres, agradeció las rosas, la medalla de la virgen niña, y se excusó para ir al baño.
Esa mañana, la casa que tenían los Ortelli frente al río se había transformado en la sala V.I.P. de una selva tropical adornada con desfiles de hormigas blancas que armaban mesas, llenaban freezers y vestían arbustros con guirnaldas de raso. Y rasa seguía siendo Lara: adelante y atrás, 75-62-70 seguía marcando el mismo metro que usaba para medir su altura. 75-62-70 seguían mostrando los 3 espejos del baño desde los 360 grados. Lara suspiró. Se colgó la medalla en el cuello y volvió a su cuarto a llamar a Matías.
-“¿Tenés todo listo atorrante? ¿No me vas a fallar no?”
- “No nena, quedate tranquila. ¡Ah, y feliz cumpleaños!”
-“Shhh. Calláte querés”.
El resto de las horas del día se llenaron de peluquería, manicuría, pedicuría, y otras habladurías que no lograron que Lara sonriera.El disfraz de Heidi que había elegido le quedaba un poco grande, pero igual la convenció. A Matías el traje del Guasón le iba perfecto.
Volvieron a la casa que les costó reconocer y a los empujones lograron llegar a la orilla.
-“¿Repasamos la lista?” pidió Lara, y Matías se sacó los audífonos.
- “¿Beethoven, Bach, Vivaldi, los clásicos?”
- “Si”. Aseguró Matías.
- “¿Heavy Metal y Punk?”
- “Listo”.
- “¿Jugo de uva, de manzana. Te frío?”
- “Si”.
- “¿Contratación de mimo?”
- “Si”.
- “¿Qué nos queda?... ¿Vos llamás a la policía?”
- “Si, pero hacéme acordar mas tarde”.

Los casi 100 invitados fueron invadiendo el jardín, repitiendo los mismos disfraces en variedad de estaturas, grosores y tonos de voz. Los flashes fueron disparados y las copas llenadas.
Las amigas de Lara en vestidos tan cortos como ajustados, con corpiños armados y tacos altos, trataban de evitar la escalera para ir al toilet en grupos de cinco o más.
Las fiestas de 15 eran un acontecimiento social casi protocolar en aquel pueblo. Pero cumplir 15 para Lara significaba el fin de su alegría disimulada con buen maquillaje.
Quería que todos compartieran su duelo ese día. La única fiesta que podía soportar era una donde todos se aburran tanto como ella, y parecía estar teniendo éxito.
Escondida en su cuarto, observaba minuciosamente la esperada decadencia: la música clásica de fondo para las copas llenas de jugos; los mozos desconcertados por la desaparición del alcohol; el bajo tono de las conversaciones y un mimo que no se cansaba de ser ignorado.
Escuchó el ruido del heavy metal y apenas sonrió. Los supermans, hombres arañas y batmans estaban parados en la pista, sin poder bailar con las mujeres maravilla, blancanieves y cenicientas que esperaban sentadas que cambie la música.
-“¿Llamaste a la policía?” bajó a recordarle a Matías.- “Si, pero no me atiende nadie. Nos escapamos un rato así te doy el regalo?” le gritó él a través del ruido.
- “¿Que regalo, estas loco?”
- “Dale, vení vamos”.
Casi con violencia la arrastró hacia la costa, y en la oscuridad sintieron los primeros truenos, segundos antes que las gotas en la piel. Lara trató de zafarse para volver, pero Matías la frenó, sujetando fuertemente su muñeca. Tapándole los ojos con torpeza le dio un beso tembloroso en los labios mojados. -“Te quiero nena”.
Ella no dijo nada y el maquillaje se le empezaba a correr.
El chaparrón pasajero refrescó los casi 30 grados de esa noche de verano. También desinhibió a los invitados que saltaban al son de la música punk.
Lara los miraba desde lejos. La fiesta había sido un fracaso. Todos se divertían.
Matías la abrazó y ella sintió una nueva sensación en el cuerpo que la hizo reír.
Caminaron hacia la costa cuando dejaba de llover y en el pasto quedo tirada la medalla de la virgen niña.
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