expresa lo que guardas.

12.6.07

rec de recordar

+
“Cuidálo que es de los buenos” le había dicho su hermano al entregarle en herencia aquel grabador de segunda mano. Cecilia apretaba por primera vez el botón “rec” y pasaba los dedos por el visor cubierto de polvo.
Así de fácil, Bruno, como ella lo llamaba, desplazó al oso panda de un lugar junto a su almohada. Los 7 años de ella y los 10 años de él, se hacían arrumacos inocentes en los mejores rincones de la infancia.
La exprimidora de naranja; el informativo de la radio A.M.; los silbidos de su padre en la ducha; el timbre del recreo; las cachadas a los enamorados de turno: todo pasaba y quedaba registrado en Bruno. Y la mensualidad iba menos a golosinas y más a las pilas.
Los cassettes grabados se acumulaban en la repisa con su respectiva fecha, dando puntadas de continuidad a la trama de los días que parecían perdidos, plasmando la verificación de hechos que se disolvían en la transformación del olvido.
Lo mejor era dejar el grabador prendido en algún rincón de la habitación, registrando almuerzos y cenas familiares, o conversaciones íntimas con sus amigas. Llegaba a olvidarse de la existencia de aquel aparato hasta que “záz”: el fin de la cinta hacía saltar el botón, dejando en evidencia al testigo escondido.
Y entonces no quedaba otra que escucharlo: subibajas en los tonos de las charlas, la televisión y la música de fondo, las risas y los retos. Los silencios cómodos y los no tanto. Los silencios como pan de cada día, y los secretos que en voz baja no se entendían.
Era de esperar que un día el “rec” no anduviese, y que no fuera la falta de pilas.
Bruno llegaba a su fin. Después de 15 años de un intenso vivir, el aparato se despedía del registrar, del reproducir, de retroceder y adelantar. Adiós a las cintas enrolladas en pequeñas cajas de plástico, adiós a la inutilidad del botón “stop” que rara vez se apretaba.
Pero Cecilia no hizo caso a las pálidas de su padre y su hermano, que con aires de sabelotodos, trataban de explicarle el concepto de vida útil. Ella cargó a Bruno en su mochila y se dirigió a lo de Alberto, el “mecánico” del barrio que siempre se daba maña para arreglar los casos perdidos. Con alambres y recursos artesanales, pero arreglado al fin.
-“¿Querés?” la recibió Alberto con el paquete de chocolinas. “Ahora te traigo el vaso de leche” le dijo tranquilo.
Sin que Cecilia haya dicho nada, él adivinaba la seriedad del problema en ese rostro pálido de la nena de 12.
Rodeada de televisores y heladeras viejas, Cecilia creyó escuchar el sonido de un piano lejano. Volvió a probar el botón del “rec” pero nada. Ahora la melodía del piano se escuchaba más fuerte y era acompañada por un coro de niños. Alberto estaba tardando mucho.
Dejó a Bruno en la mesa y trató de rastrear los sonidos. Sin caminar mucho, llegó a una puerta entreabierta que la invitó a pasar. Se puso colorada al interrumpir la canción que Lala, la mujer de Alberto, tocaba para los chicos que cantaban muy concentrados.
-“Hola Cecilia. Pasá y unite al grupo” le dijo Lala muy amable.
Alberto repartía chocolinas a los chicos y ella se sintió obligada a entrar.
Saludó a todos menos a Rolo que estaba del otro lado del piano marcando los tiempos al resto del coro. Esas compañeras de curso que tan antipáticas le resultaban, ahora parecían casi ángeles bajo esas voces dulces y entonadas. Casi podía olvidarse de que esa era Vanina, la que le robaba las gomas de borrar; o Sonia, la que le escondía los anteojos; o Ramiro, el que le robaba la silla.
También Bruno se iba de su memoria. Nada se grababa, nada se registraba pero a ella no le importaba. Comenzaba a dejar que las notas se filtrasen en sus oídos. Do re mi fa sol la si. Esa melodía le sonaba mucho, y ella estaba sonada si no cantaba.
Primero copiando a los demás el movimiento de boca, sin emitir sonido, queriendo pasar inadvertida, queriendo unirse al coro. Pero algo la conmovió cuando empezó a cantar. Quizá el mismo sonido de su voz. Aguda, intensa, completamente desafinada, una catarata de sonido le salía de los pulmones por las amígdalas de la garganta abierta.
Los otros la miraron espantados y Lala dejó de tocar. Pero Cecilia siguió cantando hasta el final esa canción que sabía de memoria. Ramiro le tiró del pelo y Sonia se tapó los oídos. Pero nadie logro sacarle la sonrisa.
“Una buena dama sabe cuando retirarse” escuchó decir a su mamá en el fondo de su memoria.
Iba a despedirse cuando Alberto le preguntó:
-“¿Que querías arreglar?”
-“Mmm, nada. Otro día vuelvo” dijo antes de irse aunque nadie la había invitado.
Cantar y cantar hasta transpirar las cuerdas vocales. Duchas, recreos, siestas y atardeceres, Cecilia y su nuevo pasatiempo que no llevaba pilas.
Bruno había sido enterrado como un sweater fuera de moda, y todos esperaban que lo del canto tenga una suerte similar. Pero no.
El último intento fue de su papá, que con la excusa de buenas notas le regaló un nuevo grabador (más para la salud auditiva de la familia que para la felicidad de Cecilia). Pero ella no tardó en llevarlo a lo de Alberto. Esa vez el piano no sonaba. Esa vez el trueque era otro: se intercambió el grabador por un karaoke con micrófono incorporado.
+
foto robada de http://www.flickr.com/photos/reira/

5 Comments:

Anonymous Anónimo said...

Muy bueno, Sasha. Un clásico giro destinal. Al margen, el caso de Cecilia me recuerda un viejo interrogante: en qué medida - o por cuánto tiempo - puede sostener alguien una afición para la cual no tiene algún talento? Cuántos hobbies abandonamos al descubrir que no podemos usarlos como fuentes de reconocimiento? Cómo se relacionan entre sí, en el caso de los pasatiempos, reconocimiento y disfrute?

11:10 a. m.

 
Blogger sasha said...

gracias Clara por tu visita siempre fiel.
debo decir que me reconozco en tu pregunta. te dejo tres palabras picando ...
1) libertad de expresión
2) diálogo entre el ego y el juego
3) ecos, resonancias y plasmas
(aclaro que entendi reconocimiento como reflejo de la propia personalidad, alma, espíritu, etc. No como reconocimiento externo. Eso ya los descalificaría como pasatiempos.)

11:50 a. m.

 
Anonymous Anónimo said...

Detesté mi fiesta de 15, y creo que es la primera vez que lo menciono. Yo disfruté un grabador viejo, jugaba a hacer radios, donde una parva de amigos famosos eran entrevistados. También tenía una sección de publicidades. Me gustaba jugar con el grabador. Ahora me acuerdo. Gracias.

11:12 p. m.

 
Blogger Lino said...

assim como para Emilia, boas lembranças surgem com a leittura! uma antiga fita encontrada esses dias durante uma faxina, tem praticamente a minha idade. a gravação, já com alguns ruidos, me transporta a minha infância, mais precisamente quando tinha 3 anos. meus pais emprestaram de minha tia um gravador, que ficou uma semana em casa, o produto foi esta fita que menciono, que além de me mostrar as palavras que inventava, mostrou também como as coisas na casa de meus pais são iguais desde que estes vivem juntos. e no final da fita uma ótima surpresa, a voz de meu avô (que morreu eu ainda era criança) e permanece registrada neste única fita.
Um beijo
Felipe

2:14 p. m.

 
Blogger sasha said...

emi y lino: gracias por la visita y que bueno que haga "ecos".
recolectar pedazos de historia no tiene precio (y mastercard no tengo).
un beso / beijo.

4:36 p. m.

 

Publicar un comentario

<< Home